MADRID, 30 Jul. (EUROPA PRESS) –
Perder a alguien cercano, como un familiar, puede hacer que envejezcamos más rápido, según un nuevo estudio de la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia y el Centro de Envejecimiento Butler Columbia (Estados Unidis). El estudio descubrió que las personas que perdieron a un padre, pareja, hermano o hijo muestran signos de una edad biológica mayor en comparación con quienes no habían experimentado tales pérdidas. La investigación se publica en ‘JAMA Network Open’.
El envejecimiento biológico es el deterioro gradual del funcionamiento de las células, los tejidos y los órganos, lo que conduce a un mayor riesgo de enfermedades crónicas. Los científicos miden este tipo de envejecimiento utilizando marcadores de ADN conocidos como relojes epigenéticos.
“Pocos estudios han analizado cómo la pérdida de un ser querido en diferentes etapas de la vida afecta a estos marcadores de ADN, especialmente en muestras de estudio que representan a la población de EE.UU.”, relata Allison Aiello, profesora de longevidad saludable en Epidemiología James S. Jackson y autora principal del estudio. “Nuestro estudio muestra fuertes vínculos entre la pérdida de seres queridos a lo largo de la vida, desde la infancia hasta la edad adulta, y un envejecimiento biológico más rápido en EE.UU.”.
El estudio, una colaboración con el Centro de Población de Carolina en la UNC Chapel Hill, sugiere que el impacto de la pérdida en el envejecimiento puede verse mucho antes de la mediana edad y puede contribuir a las diferencias de salud entre los grupos raciales y étnicos. Los investigadores utilizaron datos del Estudio Longitudinal Nacional sobre la Salud de Adolescentes y Adultos, que comenzó en 1994-95 y que siguió a los participantes desde la adolescencia hasta la edad adulta.
Para medir la pérdida familiar durante la infancia o la adolescencia a partir del estudio longitudinal, Aiello y sus colegas siguieron a los participantes a través de varias oleadas y períodos de envejecimiento. La oleada I encuestó a 20.745 adolescentes de 7.º a 12.º grado, la mayoría de los cuales tenían entre 12 y 19 años. Desde entonces, se ha hecho un seguimiento de los participantes. La oleada V se llevó a cabo entre 2016 y 2018 y se completaron entrevistas con 12.300 de los participantes originales. En la última oleada, entre 2016 y 2018, se invitó a los participantes a un examen domiciliario adicional en el que se proporcionó una muestra de sangre de los casi 4.500 visitados para realizar pruebas de ADN.
El estudio analizó las pérdidas experimentadas durante la infancia o la adolescencia (hasta los 18 años) y la edad adulta (de 19 a 43 años). También examinaron el número de pérdidas experimentadas durante este período de tiempo. Casi el 40 por ciento de los participantes experimentó al menos una pérdida en la edad adulta entre las edades de 33 y 43. La pérdida de los padres fue más común en la edad adulta que en la infancia y la adolescencia (27 por ciento frente a 6 por ciento). Las personas que experimentaron dos o más pérdidas tenían edades biológicas más avanzadas según varios relojes epigenéticos. Experimentar dos o más pérdidas en la edad adulta estaba más fuertemente vinculado al envejecimiento biológico que experimentar una pérdida y significativamente más que no sufrir ninguna pérdida.
“La relación entre la pérdida de seres queridos y los problemas de salud a lo largo de la vida está bien establecida”, aporta Aiello. “Pero algunas etapas de la vida pueden ser más vulnerables a los riesgos de salud asociados con la pérdida y la acumulación de pérdidas parece ser un factor significativo”.
Por ejemplo, perder a un padre o a un hermano en una etapa temprana de la vida puede ser muy traumático y, a menudo, derivar en problemas de salud mental y cognitivos, mayores riesgos de enfermedades cardíacas y una mayor probabilidad de morir antes. Perder a un familiar cercano a cualquier edad plantea riesgos para la salud, y las pérdidas repetidas pueden aumentar los riesgos de enfermedades cardíacas, mortalidad y demencia; y las repercusiones pueden persistir o hacerse evidentes mucho después del suceso.
Aiello y sus coautores enfatizan que, si bien la pérdida a cualquier edad puede tener impactos duraderos en la salud, los efectos podrían ser más graves durante períodos clave del desarrollo, como la infancia o la adultez temprana. “Todavía no entendemos completamente cómo la pérdida conduce a una mala salud y una mayor mortalidad, pero el envejecimiento biológico puede ser un mecanismo, como se sugiere en nuestro estudio. Las investigaciones futuras deberían centrarse en encontrar formas de reducir las pérdidas desproporcionadas entre los grupos vulnerables. Para quienes experimentan una pérdida, es esencial proporcionar recursos para afrontar y abordar el trauma”, concluye Aiello.